Relatos de mi primer viaje en bicicleta, desde Barcelona (España) a Bangkok (Tailandia)
30 de octubre de 2019
Iran, y la hospitalidad de su gente
Llegar a Iran fue una gran
alegría para mí, un país y una cultura totalmente desconocida. Si algo
había escuchado sobre Iran anteriormente, era sobre la enorme hospitalidad de
su gente, cada persona que había estado allí antes me comentaba lo mismo, por
lo tanto mis expectativas eran altas, sobre lo que esperaba encontrarme, y la
verdad es que no defraudó, de hecho superó mis expectativas, y en casi dos
meses en el país, perdí la cuenta de cuantas veces me han invitado a casas a
comer, o a dormir, o incluso a echar una siesta al mediodía, cuando el sol
apretaba más. Además de haberme sentido muy seguro en todo momento, casi como
en ningún otro país.
Primeros km en Iran, entre montañas y el Rio Aras
Las primeras horas luego de
cruzar la frontera fueron ya bastante intensas. Pedalee junto al Río Aras (que separa
Iran de Armenia y Azerbaiyán), y luego de cruzar un par de pueblos, encontré un
lugar muy bueno para acampar con unas vistas hermosas, y creía que ahí podría
pasar la primera noche. ¡Pero NO! A poco de haber cenado y armado la carpa,
justo cuando estaba haciéndose de noche, dos militares en moto vinieron a
pedirme que me fuera de ahí, que no era seguro y que volviera al pueblo
anterior. Siempre siendo amables, y con un inglés muy cortado, sólo podían
decir “danger, danger”, y yo sin saber nada de farsi, intuí que lo mejor era
hacerles caso, juntar todo rápido y volver al pueblo unos 5km, antes que se
hiciera más oscuro todavía. Pedaleé de noche hasta Siyahrud, donde no había
ningún hotel, pero el dueño de un restaurante me dio una mano, llamó a un amigo
para llevarme hasta una mezquita y dejarme dormir ahí. Y todo esto en las
primeras 5 horas en Iran.
Aparente primer sitio de acampe en Iran, que no fue.
Primera noche, durmiendo en una mezquita.
Los primeros días fueron útiles
para ir acostumbrándome a la cultura y las formas de vivir de la gente. Y entré
en una época especial del año. Era ya la segunda semana de Ramadán, el mes de
ayuno de los musulmanes, por lo tanto –entre otras cosas- no se puede beber ni
comer en espacios públicos durante el día (sí después del atardecer, y antes de
que amanezca). Y fue obviamente muy extraño y curioso a la vez vivir esto. De
todas maneras, uno como no musulmán, no tiene obligación de cumplirlo, pero es
una transgresión no bien vista ir comiendo por la calle con naturalidad cuando
todos los demás deben ayunar. Por lo que evitaba hacerlo en las ciudades, aunque en la ruta la
regla para mí cambiaba, allí nadie veía cuando tomaba agua o comía.
Acampar en los parques públicos fue siempre la mejor opción.
Clásica comida Iraní, arroz y pollo siempre presente.
Con el paso de los días, hablando
con la gente, fui descubriendo que no todos son musulmanes en Iran, de hecho
hay una gran cantidad de gente que no lo es, y por lo tanto tampoco ayunan
durante Ramadán. Por lo tanto se las ingenian para comer a escondidas, dentro de su
casa, evitando que alguien más los vea, de lo contrario las consecuencias
podrían ser graves.
En uno de los primeros
restaurantes en que paré a comer junto a la ruta, las vidrieras estaban totalmente
cubiertas con diarios para que no se viera a la gente comiendo. Estaba vacío,
pero mientras comía, otras personas entraron a almorzar, escondidos por los
diarios del local. Uno de ellos, que hablaba algo de inglés, se mostró muy
curioso por mí y mi viaje en bicicleta, y propuso insistente pagar por mi
comida, por lo que acepté, agradecí su gesto y seguí camino.
Restaurante cubierto con diarios, durante Ramadán.
Al llegar a Marand, pregunté a
unas personas dónde podría acampar esa noche, y me dijeron “ahí mismo, en ese
parque de ahí”. Era un gran parque público, con baños y negocios alrededor, y
gente caminando y jugando. Siempre he buscado lugares más alejados para
acampar, donde nadie me viera, por precaución sobre todo. Pero ese día creí que
acampar en el parque sería buena idea, dar un voto de confianza al menos por
una vez y acampar en un lugar público.
Mientras se acercaba el atardecer, y más
gente se acercaba al parque con sus canastos de comida para hacer sus picnic y
comer en familia, yo fui armando la carpa y preparando mis cosas para dormir.
Vi que nadie venía a decirme nada, por lo que entendí que era cierto, podía
acampar en los parques con total tranquilidad y seguridad. De ahí en más acampé
en 12 parques más durante mi ruta. En su mayoría parques en muy buen estado,
con personal cuidando de su mantenimiento, con baños y negocios alrededor, a
veces también mezquitas cerca. Eran siempre mi parada favorita para acampar, y facilitaba
mucho las cosas poder parar en los parques, cuando no tenía idea clara de donde
iba a pasar la noche.
Esta escena se repitió mucho, gente ofreciendo una ayuda, comida, agua. Desinteresadamente.
Facil hacer amigos en este pais.
Desayunando con una familia de campo.
Nunca en estas acampadas vino
alguien a decir algo inconveniente, como que allí no era posible acampar y que
me fuera. Por lo contrario, casi siempre se acercaba alguien a preguntarme si
necesitaba algo, alcanzarme comida o agua, o incluso a invitarme a su casa a comer
y dormir. Alguna vez he rechazado alguna de esas invitaciones a dormir más de
10 veces a la misma persona, muy agradecido pero prefería acampar para comenzar
temprano al día siguiente. Pero otras veces, aceptar a esas invitaciones fue
muy gratificante, por poder compartir con familias locales su forma de vida,
tan diferente a lo que uno conoce.
En una oportunidad, me crucé con
4 hombres en moto, ya de tardecita, y yo estaba ya a punto de acampar. Me invitaron
a su casa, e insistieron tanto que no hubo forma de decirles que no. Me
escoltaron con las motos más de 7 km hasta la casa, y todo ese tiempo fui con
un poco de temor. Ellos sabían que yo estaba solo, la casa estaba en medio del
campo, y si querían robarme, podían hacerlo muy fácilmente. Iba con bastante
desconfianza, pero al llegar a la casa me tranquilicé inmediatamente. Vi chicos
corriendo en el patio, y algunas mujeres por ahí caminando, eso me dió alivio. Ellos
tenían las mejores intenciones, y mientras les mostraba fotos y mapas de mi
viaje, era el centro de atención de las más de 10 personas y chicos que me
rodeaban. Me dieron comida y dormí ahí mismo, hasta incluso me dejaron sólo en
la casa durante unas horas, en que todos se fueron al pueblo, no podía creerlo.
Esa amabilidad y confianza de la
gente, la había recibido antes, pero no tan a menudo como en Iran. Casi siempre
noté esa hospitalidad de forma muy genuina, contentos de ver a uno como extranjero
en su país, ya que saben de la mala prensa y los prejuicios que tenemossobre ellos los que nunca fuimos antes. Por
lo que agradecen que el turista vaya y descubra por sí mismo que la prensa
muchas veces está equivocada, o no cuenta la historia completa de lo que su
gente piensa o hace.
Muchos otros encuentros en la
ruta fueron muy bonitos, como cuando me encontré con Amir, otro ciclista local,
cerca de Hamedán. Pedaleamos juntos unos km, y quedamos en contacto mediante
instagram (si, ya que Facebook está bloqueado en Iran, todo el mundo usa instagram). Volvimos a encontrarnos unas semanas más adelante en Yazd,
una ciudad muy turística en el centro del país, y compartimos unos días muy
lindos, me invitó a conocer el desierto, y hasta me ayudó a hacer un service a
mi bicicleta, que por entonces lo necesitaba y mucho.
Reencuentro con Amir, en Yazd.
Encuentro en la ruta con Homayoon, aficionado a Piazzola y Borges.
En otra oportunidad, en un
descanso en una estación de servicio, me encontré a Homayoon, que viajaba en su
país pero en moto. Cuando le dije que era de Argentina, me respondió: “Oh,
Argentina, Piazolla, Borges”. Un grande, el primero del viaje que no alude solamente
a Messi, o Maradona. Él vivía en Shiraz, ciudad a la que me dirigía, por lo que
me invitó a quedarme en su casa cuando estuviese allí. Unas semanas más tarde
llegué a Shiraz, y me abrió las puertas de su casa como si de un viejo amigo se
tratara. Con toda amabilidad, insistió en que durmiera en su cama, que el
dormiría en el living, así no me despertaba temprano cuando él iba a trabajar.
Además me presentó a toda su familia, con quienes compartí unos días maravillosos,
no sólo invitándome a comer en sus casas, y haciéndome conocer varios sitios de
Shiraz, sino hasta llevándome en auto más de 80 km hasta Pasargad, la tumba de
Ciro “El Grande”, el orgullo de muchos iraníes, quien fuera fundador del Imperio
Persa.
En Pasargad, tumba de Ciro "El Grande"
En otra oportunidad, un mediodía mientras
descansaba en un edificio junto a la ruta, un hombre salió de dentro y me
invitó a pasar, a tomar un té y a comer. Farjad era enfermero de ruta y hacía las guardias en ese edificio. También me ofreció
una ducha, y hasta dormir una siesta. Yo quería seguir, pero en ese momento comenzó a llover muy
fuerte por unas horas, asique fue exactamente lo que necesitaba, antes de
seguir cuando la lluvia había pasado. Esta clase de encuentros me llenaban de alegría,
parecía que alguien puso a esa persona allí para brindarme lo que necesitaba, en
el momento preciso.
Esa era la tónica mientras
pedaleaba en Iran, lo imprevisible era la regla, no hacía muchos planes sobre
donde dormir cada noche, ya que al comenzar el día, era siempre una incógnita
saber con quién me iba a encontrar, donde almorzaría, cenaría o dormiría esa noche.
Farjad y la bicicleta, después de haber compartido un buen momento.
Muchas invitaciones a tomar el té, una de sus bebidas más preferidas.
Este hombre me hizo seguirlo hasta la casa para alimentarme.
Mas invitaciones a comer y descansar en sus casas.
Con algún político, en Khorramabad.
Compartiendo una tarde de picnic con una familia numerosa.
Sin dudas que todos los
comentarios positivos que recibí sobre Iran previamente, fueron superados por
la experiencia que pasé allí. Parece extraño la forma en que tanta gente abre
sus puertas y le brinda a uno todo lo que pueden, sin conocerte de nada. Por
supuesto que me encantaría volver muchas veces más, pero es un país bastante
lejano y no sé si podré hacerlo nuevamente. Pero me pone contento haber tenido
la oportunidad de visitarlo al menos una vez, y hecho varios amigos allí.
Farshad me vió en la ruta, y me invitó a compartir en su casa.
Junto a Farshad, un gran amigo, conociendo su pueblo.
Con Amin, en Dorud. No me dejó acampar en el parque y me llevó a su casa.
Con Mehr, que hablaba buen inglés, después de almorzar en su restaurante.
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