Entrar en Tailandia fue una gran alegría para mí. Hacía bastante
tiempo había escuchado y leído muchos comentarios de amigos hablando muy bien
de éste país, y ya tenía ganas de explorar un poco. Algo especial en Tailandia
es que fue el primer país de religión Budista que visité, y me daba mucha
intriga visitar algunos templos y conocer un poco más de esta religión
milenaria.
La estructura de estos WAT no
difería mucho de uno a otro, pero algunos de ellos sí que eran un poco más
vistosos y en parte también turísticos. En verdad eran muy bonitos e
impresionantes, pero en estos últimos prefería hacer un paseo corto e irme. Ciertamente
prefería buscar los templos más pequeños y remotos, donde llegaba alrededor de
las 17:00 o 18:00 -antes del anochecer- a preguntar si era posible pasar la
noche allí. Y nunca tuve una respuesta negativa. De esa forma dormí en 10
templos a lo largo de mi ruta, siendo siempre unas experiencias excepcionales,
pudiendo estar en contacto con los monjes, y ver de primera mano su forma de
vida, al menos por algunas horas. La mayoría de veces, no sólo era un lugar
seguro para dormir o acampar lo que me brindaban, sino la posibilidad de
bañarme, lavar mi ropa, y hasta cena o un abundante desayuno la mañana
siguiente.
Está claro que era una real
satisfacción pasar la noche en un templo. No sólo me permitía hacer mi viaje
mucho más económico, sino que me enriquecía del intercambio que podía tener al
compartir con los monjes aunque fuera sólo por unos momentos del día. De todas
maneras, sentía que no aprendía lo suficiente respecto a la religión y sus
conceptos más básicos, puesto que la comunicación era escasa. Siempre me
quedaba con ganas de hacer preguntas, ya que raramente encontraba un monje que
pudiese hablar un poco de inglés, asique la experiencia siempre se quedaba en
lo que yo pudiese ver e imaginar de qué significaban los rituales, veneraciones
y protocolos que veía repetidamente en estos templos.
Una tarde, para mi sorpresa
-pedaleando como de costumbre por rutas secundarias sin mucho tráfico- encontré
que un río desbordado había cortado la ruta y no había forma de seguir por
allí. Entonces tocó buscar otro camino, y por la casualidad o el destino, me
encontré cerca del Templo "Wat Pa Sukha To" con muchas buenas referencias en Google Maps, y
decidí entrar a dar un vistazo, sin pensar que iba a quedarme allí durante 8
días. Es que al rato, un monje se me acercó hablando en inglés, ofreciéndome si
deseaba quedarme, que había una habitación para mí, y que cuántos días pensaba
quedarme. Estuve sorprendido y sin entender muy bien, pero como estaba viajando
sólo y con tiempo, no me tomó mucho tiempo aceptar. Al final, esa podría ser
una buena oportunidad para preguntar y aprender un poco más sobre el Budismo.
No era un templo normal como los
que había visitado anteriormente. Era un templo forestal, en medio de varias
hectáreas de bosque sobre una colina, bastante aislado de la ciudad, y mucha
más actividad que de costumbre. Entre 30 o 40 monjes, unas 10 monjas, y muchas
otras personas que se encontraban haciendo prácticas de meditación y
colaborando en las tareas del templo, como la cocina y la limpieza básicamente.
Para mi fortuna, algunos de los monjes y practicantes hablaban buen inglés, y
estaban siempre abiertos a comentarme sobre los preceptos básicos de su
religión.
Aceptar permanecer en el templo,
me implicaba seguir seriamente y con disciplina la rutina del mismo, por lo
tanto a hacer ciertos sacrificios a los que (especialmente los primeros días)
no fue fácil habituarme. La primera mañana tuve una larga e interesante charla
con un viejo monje, quién me recomendó que inicialmente pasara allí una semana,
me informó de la rutina y dinámica del templo, así como los principales
lineamientos del Budismo y sus técnicas de meditación. Los días siguientes
también se encargaría de seguir mi progresión en la meditación y mi estado
físico y mental, además de darme la oportunidad de evacuar mis dudas sobre mis
sensaciones y emociones.
Cada día comenzaba muy temprano,
sobre las 04:00 am, con los cantos de los mantras, y varias veneraciones a Buda
y a los monjes. Sobre las 06:00, los monjes salían del templo caminando hacia
el pueblo en busca de las ofrendas que los fieles les hacían a diario, y
siempre tenía oportunidad de acompañarlos. Estos eran sin dudas de los momentos
que yo más disfrutaba, caminando bien temprano al amanecer, en silencio y
acompañando a los monjes a recibir las ofrendas. Poder ser parte de ese ritual
de forma tan auténtica es uno de los mejores recuerdos de mi viaje.
Los momentos de la comida eran
también un placer. Pude saber que los monjes comen sólo dos veces al día
(desayuno y almuerzo), por lo tanto nosotros los practicantes también debíamos
hacerlo así. Al menos la comida era siempre abundante, saludable y muy sabrosa.
Pero lo central de cada día
apuntaba a las horas de meditación, que es el método que el Budismo propone y
enseña para permitir el desarrollo de la conciencia de sus practicantes. Eran
alrededor de unas 7 u 8 hs diarias de meditación, que al comienzo se tornaban
muy largas, pero que con los días se volvieron muy intensas e interesantes por
el relativo cambio interno que uno podía percibir día a día.
Por la tarde/noche, a las 18:00,
tocaba otra vez asistir al canto de los mantras durante otra hora, y luego sólo
había tiempo y energía para bañarse y a dormir bien temprano. Vale decir que
las comodidades eran las básicas; un balde con agua fría para bañarse, y una
fina colchoneta para dormir en el suelo, pero a la que no costaba mucho
acostumbrarse. Asique normalmente, antes de las 20:00 convenía estar listo para
dormir.
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Al final uno puede rescatar muchas cosas positivas de una experiencia
así, de primera mano en un templo Budista. Más allá del deseable autoconocimiento
interno que en mayor o menor medida uno pueda alcanzar, es bueno reconocer que
no son necesarias tantas comodidades para llevar una vida saludable y
respetuosa con el entorno que nos rodea, tanto el medio ambiente como las
personas. Uno puede aprender allí que llevando una vida tranquila, desapegado a
muchos lujos, con una dieta sana y equilibrada, buen descanso diario, respeto
continuo hacia los demás y a uno mismo, y una cuota de silencio, puede uno
acercarse bastante a sentirse pleno y con fuerza en muchos momentos del día.
Sin dudas, aquellos días en el Templo Wat Pa Sukha To, son una de las mejores memorias
de mi viaje. Me llevé conmigo un par de “regalos” inmateriales e imborrables, conceptos
que no puedo valorar económicamente, y a los que podré recurrir en cualquier
momento que yo desee.
Gracias por tu tiempo de lectura, un abrazo.
Maxi.-